lunes, 6 de octubre de 2014

Es la hora de los politicos de altura.

Para estar a la altura que exigen los diferentes retos —políticos, institucionales, económicos y sociales— de la construcción europea, los líderes de algunos de los países más importantes de la UE necesitan emprender o culminar con urgencia reformas en profundidad. Que Italia, Francia y Reino Unido estén ante el dilema de cómo afrontar con éxito estos cambios da una idea de lo que se juegan los tres países y, por extensión y repercusión, el resto de Europa. Todo ello en un clima de desafección, escepticismo o enfado de los ciudadanos que con frecuencia desemboca en el ascenso de populismos de diverso signo.
Quien teme los odios ajenos no es apto para gobernar, decía Séneca hace dos mil años: la máxima es aplicable ahora, cuando el descontento tiene traducción automática en las encuestas y en las calles, cuando los argumentos complejos se despachan en la polémica mediática con consignas superficiales pero eficaces y cuando las voces más críticas llegan, a menudo, desde las filas propias. Los gobernantes se enfrentan al incumplimiento de sus compromisos, pero también al castigo electoral que surge en ocasiones precisamente por haberlos cumplido.
Ante decisiones de calado, los verdaderos líderes deben prescindir del corto plazo y del cálculo electoral, aunque eso implique costes políticos. La diferencia entre lo que interesa y lo que conviene es la que que separa a un mero gobernante de un estadista, con sangre fría y visión para optar por las medidas necesarias y a la vez explicar claramente a los ciudadanos el objetivo final de sus decisiones.

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