lunes, 3 de noviembre de 2014

EEUU se juega su futuro en las legislativas.

Los estadounidenses acuden mañana a las urnas para renovar la totalidad de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado, en unas elecciones legislativas marcadas por el pesimismo de los votantes y el desencanto con su presidente, Barack Obama. El trofeo en disputa es el control del Senado, que podría pasar también a manos de los republicanos, dueños ya de la Cámara de Representantes, si consiguen arañar los seis escaños que les separan de la mayoría.
Frente a un Partido Demócrata a la defensiva, la oposición republicana ha impuesto entre la mayoría del electorado la percepción de Obama como un presidente fallido, y las elecciones parlamentarias como un plebiscito sobre su gestión, siendo el propio Obama el que ha apuntalado este carácter al considerar el voto como un pronunciamiento sobre sus logros. Pese al crecimiento sostenido de la economía y la caída del paro y el déficit público, una consistente mayoría se muestra desalentada sobre la situación de EEUU y desaprueba la actuación presidencial en ámbitos que van desde lo coyuntural, como la crisis del ébola, hasta otros de largo recorrido, como sus vacilaciones en política exterior o la escasa convicción de su respuesta ante el yihadismo y la peligrosidad del Estado Islámico. La impopularidad del jefe del Estado le ha convertido en tóxico para sus propios senadores, que han evitado la presencia de Obama en apoyo de sus actos electorales.
La polarización estadounidense se ha acentuado en los últimos años, en paralelo con la presión de la derecha montaraz sobre el Partido Republicano (Tea Party) y el escaso entusiasmo demócrata en la defensa de sus propias políticas. Esta evolución, que inhibe progresivamente el voto moderado, tiene su reflejo en la menguada atención que suscitan las legislativas (participación media del 40%), pese a su importancia en la gobernación del país.
El actual Congreso no se ha caracterizado por sus logros. Si los republicanos consiguen recuperar el Senado no se producirá un cataclismo político. Una mayoría conservadora no puede eliminar de un plumazo la obra de Obama, pero sí desfigurarla y maniatar las iniciativas presidenciales. Torpedear la agenda de la Casa Blanca durante los dos próximos años, sin embargo, sería la más torpe de las opciones en un país tan necesitado del acuerdo entre sus dos grandes partidos para resolver algunos de sus problemas sociales y políticos más acuciantes.

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