martes, 24 de septiembre de 2013

Victoria, continuidad y esperanza.

La política alemana se fundamenta en acuerdos estables forjados a lo largo de las últimas décadas. Tras un siglo XX tan complejo como difícil de asumir, la clase política alemana ha sido capaz de establecer unos parámetros que la sociedad ha hecho suyos, dotando a su vida pública de una estabilidad que roza con un inmisericorde aburrimiento.
Merkel ha ganado por tercera vez consecutiva las elecciones legislativas, demostrando que si se sabe gobernar es posible ganar, incluso aumentar el número de votos, en la peor crisis sufrida desde la II Guerra Mundial. ¿Hay algún secreto, misterio o arcano para lograrlo? Sí, una equilibrada combinación de sentido común, sentido de estado, voluntad política y capacidad de comunicación, un cocktailque resume la personalidad política de la siempre tranquila FrauMerkel.
Merkel ha sido fiel a la sociedad alemana, ha trabajado para preservar la sociedad de bienestar en perfecta sintonía con sus rivales socialdemócratas. Los alemanes han sabido en todo momento cuál era la situación, los riesgos y las terapias. No ha habido mentiras, sino claridad. La sociedad del bienestar alemana depende de su economía, caracterizada por la exportación de bienes de alta ingeniería. La Zona Euro es su coto, aunque su posición en otros mercados es relevante. Todos sabían que el euro era un producto a medio hacer y que sólo su uso en períodos de crisis acabaría forzando a acuerdos que le proporcionaran la necesaria estabilidad. La crisis llegó y Merkel emergió como la figura capaz de hacer valer tanto los intereses como la visión alemanes. En otras palabras, como la garante de que las políticas monetaria y fiscal de la Eurozona no supondrían ningún riesgo para el mantenimiento de su bienestar. No lo tenía fácil, los déficits llevaron a situaciones de quiebra e intervención, forzando la aprobación de quitas y ayudas que dañaron severamente las finanzas alemanas.
Durante estos años el debate en Alemania ha sido tan intenso como interesante, en contraste con el habido entre nosotros. El resultado ha sido un acuerdo de fondo entre cristianodemócratas y socialdemócratas sobre la política a seguir, hasta el punto de que ganara quien ganase estaba descontado que la política se mantendría. Alemania no puede asumir, por razones históricas y económicas, la voladura de la Eurozona, pero debe arrogarse la responsabilidad de salvar Europa de su adicción al déficit mediante el ejercicio de un despotismo ilustrado de inevitable regusto prusiano. Como canciller, Merkel ha capitalizado esa política, aun no siendo sólo suya.
 La viabilidad de la Eurozona como espacio de crecimiento económico y bienestar social está por demostrar. Si sale adelante, será tras continuar con reformas de difícil digestión, dando forma a una Europa distinta. Una política personalizada en la figura de Angela Merkel, la más destacada e influyente de la Europa actual.