Cada vez son más las
personas y colectivos que alzan la voz contra el deterioro que sufren las
instituciones en nuestro país, sugiriendo un cambio de sistema.
Piden una regeneración política
y sostienen que se ha de pasar por cambios radicales en leyes, como electoral, eliminando
la archiconocida Ley D'Hont y la existencia de listas abiertas en las candidaturas
de los partidos políticos.
Estas propuestas son tentadoras y diría que
hasta oportunistas en el momento tan angustioso política, económica y
socialmente que vive nuestro país, pero, personalmente, creo que son
equivocadas. No podemos negar que el actual sistema de partidos políticos tiene
sus defectos, llevando inevitablemente hacia un excesivo crecimiento de las
administraciones públicas y la corrupción. Estos problemas, para que los
creemos en la política como forma de modificar nuestro entorno para bien,
movida por la vocación, son bastante duros e importantes y, por supuesto, es
obvio que el sistema necesita reformas, pero las de “regeneración y
transparencia” que diversos colectivos ponen sobre la mesa, basándose en la
alarma social y el populismo, pues algunas de las alternativas que se sugieren
suelen desembocar en situaciones más indeseables.
Nuestro imperfecto sistema
político-democrático tiene dos virtudes en relación a otros: Una importe
virtud, de la que carecen países de nuestro entorno es la generación de mayorías
políticas estables, permitiendo una relativa autonomía del poder político
respecto del económico. ¿Qué pasaría si nuestro sistema se basara listas
abiertas? Pues que sucedería lo mismo que en Estados Unidos, democracia que
admiro, pero como todas tiene sus lagunas y problemas que desgloso aquí: En
EEUU llevan tres años sin pasar un presupuesto y el poder económico ejerce un
dominio absoluto sobre la agenda legislativa, hablando en plata, allí mandan
los «lobbies» y las batallas por escaños en Congreso y Senado no son por ideas,
por partidos o por más o menos intervencionismo sino, de quién recauda más
fondos. En España La ley D'Hont favorece la formación de mayorías y la
financiación pública de los partidos permite un proceso legislativo
relativamente opaco a la influencia del poder económico y transparente de cara
a los ciudadanos, pues los partidos son auditados por un órgano constitucional,
el Tribunal de cuentas. ¿Solucionaríamos nuestros problemas cambiando la ley
electoral? ABSOLUTAMENTE ¡NO!. ¿Generaríamos problemas nuevos? Claramente, sí.
Comparemos nuestro sistema electoral con otro
muy distinto, como el italiano. Allí,
además de todos nuestros problemas, sufren una inestabilidad política, por la
imposibilidad de formación de mayorías que ha resultado en 20 cambios de
gobierno en 30 años. Un dato económico de esta inestabilidad política y
gubernativa en Italia es que, en 1980 su PIB per cápita era un 40% superior al
de España, En 2012, es prácticamente el mismo.
Con 2 sistemas políticos
de diferentes al nuestro y que, cada uno, reúne las características que piden
los adalides de la regeneración quiero abogar por la cautela, el sentido común y
la confianza, porque como dijo mi admirado Winston Churchill: “La democracia es el peor de todos los sistemas
políticos, con excepción de todos los sistemas políticos restantes”
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