martes, 18 de marzo de 2014

Putin gana la batalla, pero no la guerra.


El referéndum celebrado el domingo en Crimea ha resultado en un respaldo apabullante (el 97%) a la ruptura con Ucrania y el apoyo a la anexion a Rusia. Al margen de la ocupación de las tropas rusas, la desaparición de activistas proucranios, la censura, las amenazas y las irregularidades (empezando por la propia convocatoria de la consulta), estaba claro que la mayoría de la población de Crimea, de origen ruso, refrendaría la maniobra del Kremlin para anexionarse la estratégica península del mar Negro, nabienxo sido firmsdo esta misma mañana el acuerdo de anexión.
Y como también estaba previsto, la Unión Europea y Estados Unidos no reconocen el resultado de una consulta ilegal y han comenzado a imponer las primeras —y tímidas— sanciones (prohibición de viajes y congelación de bienes) a una veintena de políticos y empresarios rusos y ucranios. Los ucranianos, mientras tanto, asisten impotentes a la ruptura de su territorio.

Putin se está aislando, y no solo de Occidente. Su temeridad ha puesto en alerta a los Gobiernos aliados de las repúblicas centroasiáticas. Ni el juego sucio ni las maniobras imperiales parecen ser la forma más adecuada de ganarse lealtades en un mundo cada más interdependiente. Esa desconfianza de los vecinos, unida al mal desempeño de la economía rusa, puede lastrar su apuesta por la Unión Euroasiática.
A nadie se le escapa que las bravuconadas de Putin tienen también como objetivo asentar su poder interno. Pero esgrimir el orgullo nacionalista tiene sin duda sus limitaciones cuando el país se va estancando en el declive y el inmovilismo.

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