viernes, 12 de julio de 2013

Memoria, dignidad y justicia.



El 10 de julio de 1997, un  comando terrorista  secuestró en la estación de tren de Éibar, al joven concejal del municipio de Ermua, Miguel Angel Blanco, cuándo se dirigía a su lugar de trabajo como economista, en una consultoría. Al secuestralo los terroristas dieron un ultimátum al Gobierno: o acercaban a los presos de ETA a la comunidad autónoma Vasca o el secuestrado sería ejecutado. El Gobierno de la Nación decidió no ceder al chantaje. Blanco era miembro de Nuevas Generaciones del PP desde 1995.
Durante las últimas 48 horas de su vida la sociedad española se unió como quizá nunca lo había hecho antes. Ermua salió a la calle, con las manos pintadas de blanco y alzadas al aire, clamando LIBERTAD. Pronto las ciudades y pueblos españoles, secundaron a los vecinos de Ermua y reclamaron, manos en alto, la inmediata puesta en libertad del secuestrado. Mientras Miguel Ángel mantenía la vida, la sociedad española mantenía la esperanza de su liberación.
Se cumplen dieciséis años del bárbaro asesinato a sangre fría de Miguel Ángel Blanco. El 12 de julio de 1997, los etarras Txapote, Amaia y Oker consumaban su macabra amenaza y disparaban dos tiros en la nuca del joven concejal, arrodillado y maniatado. Su cuerpo fue trasladado de Lasarte al hospital guipuzcoano de Nuestra Señora de Aránzazu, donde murió durante la mañana del 13 de julio. Tenía 29 años.
Los gritos y los silencios emitidos desde todos los rincones de España no sirvieron para salvar su vida. Los terroristas no conocen la piedad y ejecutaron al inocente. Con él, ejecutaban la libertad y la voluntad de convivir en democracia de millones de españoles. Un daño imborrable de la memoria de España. Con una movilización social sin precendetes, nació una fuerza invisible contra el terror, que se llamó «espíritu de Ermua», y tras esto un punto de inflexión en buena parte de la sociedad vasca, que ahsta ese momento había sido complaciente con el terrorismo, su asesinato fue el comienzo y la concienciación para la sociedad vasca y española del terror y daño que ocasionaba ETA y la fuerza que colmó al país entero en una lucho común: Acabar con la barbarie terrorista, simbolizando, sin duda alguna, el comienzo del declive de ETA.


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