viernes, 14 de mayo de 2010

El gobierno insocial.

José Luis Rodríguez Zapatero presentó el Miércoles el mayor programa de ajuste fiscal de la democracia española. Nunca antes se había reducido el sueldo a más de tres millones de trabajadores ni se habían congelado las pensiones incumpliendo el pacto de Toledo. Para un presidente que ha hecho de los derechos sociales el núcleo central de su programa y que una semana antes se comprometía solemnemente a que nunca haría un ajuste fiscal rápido ni drástico, supone un giro verdaderamente planetario hecho a espaldas de todos los agentes sociales y políticos. Empieza una nueva legislatura, haya o no elecciones anticipadas, porque ha surgido en el escenario político Zapatero II el reformista y es obvio que ha de cambiar sus apoyos parlamentarios. Se entiende la reacción de la oposición, que se siente una vez más engañada y tiene razón cuando insiste en que el empecinamiento del presidente en negar la realidad les va a costar a los españoles como la mítica frase Churchill sangre, sudor y lágrimas innecesarias. El ajuste fiscal no es, como la nube volcánica, un suceso natural inevitable. La crisis de la economía española, su completa pérdida de credibilidad internacional y la urgencia de un programa de estabilización no son un accidente, son responsabilidad directa, por acción y omisión, de una gestión económica lamentable, lastrada por prejuicios ideológicos, carente de dirección, presa de un activismo sin sustancia y víctima de las ocurrencias presidenciales. Pero es la hora de la grandeza, de la visión de Estado, porque estamos en una situación excepcional.
La Unión Monetaria estuvo a punto de romperse la semana pasada. Y estuvo a punto de romperse por España. Fue la convicción de las autoridades europeas de que España se encaminaba a una suspensión de pagos la que hizo saltar todas las alarmas y provocó un arriesgado salto cualitativo en la construcción europea. Tan arriesgado que ha consolidado definitivamente las dos Europas; la de la Unión Monetaria que avanza inevitablemente a la Unión política y la de la Unión Económica, Comercial y Aduanera. España corrió el riesgo de quedarse una vez más aislada de Europa por la incapacidad de sus actuales gobernantes, que estuvieron a punto de echar al traste con cuarenta años de esfuerzo nacional por derribar los Pirineos mentales. Como consecuencia de sus errores, tuvo que aceptar un protectorado fiscal que el Gobierno intenta disimular como un reforzamiento de la disciplina presupuestaria europea. Es comprensible, pero no es importante. Lo relevante es que España, como Grecia, Portugal e Irlanda, está a todos los efectos como si tuviese en vigor un programa de ajuste con el Fondo Monetario Internacional. El presidente Zapatero no quiso convocar unos nuevos Pactos de la Moncloa y ha tenido que aceptar un programa de estabilización.
No se modificó la estructura de los presupuestos; aquella que los hace intrínsecamente vulnerables al ciclo económico y que no es otra que el clientelismo político y un Estado de las Autonomías que ha crecido de manera anárquica. Porque la reducción del gasto en medio punto del PIB este año y un punto el que viene no es suficiente para evitar la quiebra fiscal del Estado ni para recuperar una trayectoria sostenible de la deuda pública. Lo sabe el Gobierno, aunque calla su coste y amaga con subidas de impuestos. Habrá concesiones a su electorado en los tramos altos del IRPF, pero eso no rinde fiscalmente y habrá que volver a subir el IVA, tabaco y gasolina. A menos que el Gobierno socialista haya abandonado sus obsesiones y se atreva, según el modelo sueco, a buscar servicios públicos justos y eficientes mediante la introducción de mecanismos de copago y la participación de entidades privadas en su gestión. Subir impuestos o reducir gasto sin perder servicios se convertirá en el centro de la discusión fiscal.
¿Habrá llegado a tanto la conversión reformista de Zapatero? Lo sabremos en los próximos días. Y las consecuencias también, porque quien quiera que le haya convencido en su camino a Damasco seguirá vigilando.
El presidente ha abandonado el país de las maravillas. Una democracia madura le exigiría elecciones anticipadas. Una economía en situación de emergencia requeriría un gran consenso nacional y probablemente un Gobierno de gran coalición. No habrá probablemente ninguna de las dos, porque el presidente insiste en que son las circunstancias y no él las que han cambiado. Su irresponsabilidad no exime del deber de grandeza a la oposición ni de la altura de miras suficiente para acompañarle en esta increíble conversión a la racionalidad económica.

No hay comentarios:

Publicar un comentario